El DSM es el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) y hoy es la principal (por no decir la única) clasificación de enfermedades mentales que se usa en la mayor parte del mundo.
¿Cuando surge? Aparece en 1952, en la segunda posguerra con EEUU como la principal potencia vencedora. En ese primer manual había influencia del psicoanálisis y la psiquiatría dinámica (corrientes en salud mental que por aquellos años daban cuenta del padecer psíquico). En 1968, el DSM II (su segunda edición), comienza a “depurarse” de toda terminología que “…pudiera hacer referencia a la naturaleza de un trastorno o sus causas” como dice en su introducción, para poco a poco ir a la pretensión de ser una clasificación ATEÓRICA.
El objetivo fue, poco a poco, armar una clasificación por categorías de trastornos bien delimitados, que facilite el diagnóstico y la terapéutica dejando de lado el estudio de las múltiples causas de dichos padecimientos ya que para poder pensarlos es necesario un basamento teórico que incluya al sujeto, su contexto, y toda la complejidad de lo humano de esta forma se dejaba de lado que teoría y práctica ¡¡SON LA BASE DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO!!
En el trayecto que va de el DSM III (1980), pasando por el DSM III-R (1987), se termina de “limpiar” el terreno de elementos psicodinámicos y va apareciendo un enfoque bioreduccionista que desembocará, a fines del siglo XX, en la llamada “década del cerebro”, de la mano del DSM IV (1994) y DSM IV-R (2000). En este último ya no se encuentra ningún elemento relacionado con lo sociocultural, político ni económico: aspectos fundamentales a la hora de pensar al sujeto desde una perspectiva integral. Por último, y desde el año 2013, goza de muy buena salud la última versión de esta imperdible saga: el DSM 5
El “colegio invisible del DSM“
El término fue acuñado por Gerald Klerman (psiquiatra norteamericano, parte del grupo redactor del DSM IV y defensor del mismo). La noción hace referencia a un grupo de especialistas que, sin estar unidos orgánicamente, coinciden en torno a una serie de ideas y principios que empiezan a publicar y a comentar en conferencias y congresos. Son personalidades importantes: profesores universitarios, jefes de servicio, investigadores, etc, que van modelando, paulatinamente, en un campo disciplinar una nueva propuesta paradigmática.
El intento de instaurar un nuevo paradigma en psiquiatría tiene una triple pretensión:
▪Ateoricidad nosográfica con categorías nítidas,
▪Una determinada fisiopatología cerebral para cada trastorno,
▪Corrección de dicho trastorno con farmacoterapia.
De esta manera se cierra por un lado un negocio muy redituable para el campo de la salud pero, además totalmente funcional para para la reproducción del sistema, individualizando el padecer psíquico, fomentando la adaptación pasiva, el aislamiento de los sujetos y el pensamiento acrítico.
Límites y riesgos del DSM
Algunos de ellos son por ejemplo la clasificación amplia e inespecífica, (ateórica); esto es muy delicado, pues da la posibilidad de patologizar conductas de la vida cotidiana. En el DSM I, por ej, la homosexualidad era considerada un trastorno, en el II, producto de la lucha activista se eliminó pero reaparece en el III: “Homosexualidad egodistónica”, lucha mediante, en el DSM III-R se eliminó definitivamente.
Un ejemplo más actual es que hoy, debajo de la mayoría de los trastornos de ansiedad, es posible pesquisar dos características determinadas por el actual orden socio histórico donde priman las crisis económicas, institucionales y vinculares junto con fenómenos como el desempleo, los sueldos insuficientes y la existencia de pocos lugares de sostén. Esas características son el ESCEPTICISMO (creer que las cosas no cambian, que éste es el único mundo posible) y la INCERTIDUMBRE (dificultad en vislumbrar una salida, un proyecto de salud que siempre es con otros). Sólo medicar estos “trastornos” como un problema individual sin contemplar los ámbitos que los determinan fomenta y perpetúa adaptación pasiva. Y eso es injusto.
A su vez, la inespecificidad de las clasificaciones da lugar a “crear” nuevas patologías que, para darle validez diagnóstica, se intentan encajar mecánicamente en alguna categoría del DSM para justificar que “tal enfermedad estaría dentro de tal trastorno” o “se asemeja a tal otro”; el problema no está en pesquisar nuevos aspectos que pueden configurar verdaderos cuadros de malestar sino en su uso con un fin hegemónico para seguir sosteniendo un determinado conjunto de ideas o fomentando a una determinada industria y la oferta de sus productos (por ejemplo los farmacéuticos, alimenticios o su combinación) la mayoría de las veces, innecesarios.
No hay nada más lejos de la realidad que el límite neto entre trastorno y trastorno. Ante una consulta, generalmente encontramos criterios de diferentes trastornos, rasgos de diferentes estructuras psíquicas. Según los que predominen en cada momento, podremos aproximarnos a un diagnóstico situacional, es decir, no sólo que no hay límites netos sino que hay rasgos que a su vez van teniendo movilidad, pues: todo se mueve.
Complejizar es la idea. Y alejarnos de los sesgos, bioreduccionistas en este caso.
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